“Con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio.”
Obispo Enrique Angelelli
Sacerdote y Obispo en Córdoba y La Rioja
En Córdoba
Enrique Ángel nació el 17 de julio de 1923, y creció en un hogar de humildes inmigrantes italianos, que trabajaban en el cultivo de hortalizas en la zona norte de esta ciudad, donde actualmente están ubicados los barrios Las Margaritas y La France. Allí cursó los primeros estudios en la Escuela Misiones, haciendo la primera comunión en el Colegio del Huerto (Caseros esq. Belgrano). Luego la familia arrendó una quinta en la zona sudeste cercana al “Camino Sesenta Cuadras”. En Villa Eucarística, en el Colegio de las Hermanas Adoratrices Españolas, terminó sus estudios primarios. A los 15 años ingresó al Seminario Metropolitano de Córdoba. Cursó hasta el tercer año de teología, y a mediados de 1948 fue enviado a Roma, donde el 9 de octubre de 1949 recibió la ordenación sacerdotal; obteniendo después la Licenciatura en Derecho Canónico.
De regreso a su Córdoba natal, en 1951, ejerció como Vicario Cooperador en la Parroquia San José de Barrio Alto Alberdi y capellán del Hospital Clínicas. En Europa había conocido el movimiento de la JOC (Juventud Obrera Católica) y a su fundador el P. José Cardjin; por lo que en 1952, canalizando su temprana opción por los pobres, asumió como asesor de la JOC, en la Capilla Cristo Obrero, radicándose en el Hogar Sacerdotal de la calle La Rioja 564, lugar de encuentro de trabajadores y estudiantes. Su compromiso de acercar la Iglesia a los trabajadores quedó en sus escritos en las revistas “Notas de Pastoral Jocista”, de los años cincuenta.
Cumplió funciones en la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica; y fue profesor en el Seminario Mayor de Córdoba y otros institutos de estudios, colaborando paralelamente con la pastoral universitaria.
Su temprana calvicie le valió el apodo de “Pelado”, que recibía con cariño de sus compañeros, colaboradores y amigos. Compenetrado con la realidad local, de la que asumió su cultura, también reflejada en la “chispa” de tonada cordobesa, tuvo relevantes actividades como sacerdote, lo que sumado a su carácter alegre, comunicativo, servicial y comprensivo, le generaron un amplio consenso tanto en el clero como entre los trabajadores, estudiantes y parroquias barriales, adonde acostumbraba trasladarse en su moto Puma –2da.serie, a la que bautizó “Providencia”, porque “sólo con la ayuda de Dios llegaba a destino”. Fervoroso “hincha” deportivo de Instituto, siguió las alternativas de su club favorito durante todos los años de su vida cordobesa, pero también desde las lejanas tierras riojanas.
En diciembre de 1960 fue designado obispo titular de Listra y auxiliar de la arquidiócesis de Córdoba. Fue rector del Seminario Mayor e intervino, a pedido de los trabajadores, en los conflictos gremiales de los mecánicos y municipales. Marcando una presencia episcopal diferente se acercó a los más humildes del campo y la ciudad. Ante situaciones de penurias producto de las injusticias sociales, se hizo vocero en sus predicaciones y pronunciamientos públicos, convocando a “campañas de solidaridad” que mitigaran el hambre de los pobres. Invitado a bendecir viviendas para los obreros en las canteras de cal de Malagueño, frente a patrones y obreros subrayó el valor del compromiso con “el Cristo sufriente encarnado en los obreros”; y almorzó con ellos, en lugar de hacerlo junto a la patronal. Apoyó con decisión la actuación de sacerdotes y religiosas comprometidos con los pobres, lo que en ocasiones le provocó conflictos con sectores de poder de la alta sociedad cordobesa.
Identificado con la renovación de la iglesia impulsada por el Papa Juan XXIII, participó en los debates del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962, 1964 y 1965); y se esmeró en promover los cambios en el ámbito eclesial cordobés, acompañando a los sacerdotes, lo que también le atrajo la difamación de grupos conservadores del catolicismo, como “Tradición, Familia y Propiedad”. En 1965, al asumir el Arzobispo Raúl Francisco Primatesta fue confirmado como obispo auxiliar.
En La Rioja
El 24 de agosto de 1968 asumió como obispo titular de la diócesis de La Rioja, designado por Pablo VI. Eligió como lema de su escudo: “Justicia y Paz”. En su primer mensaje dijo: “Quiero ser un riojano más…no vengo a ser servido sino a servir.”
Lo que aparecía como el camino al ostracismo, se transformó en el escenario episcopal que movilizó a amplios sectores riojanos sumidos en la postergación, promoviendo la revalorización de la religiosidad popular, la renovación de la catequesis, la formación de comunidades eclesiales y cooperativas de campesinos, así como la organización sindical de los peones rurales, los mineros y las empleadas domésticas.
Asumiendo la renovación conciliar y lo expresado por la iglesia latinoamericana en Medellín promovió jornadas de pastoral para diagnosticar la realidad y definir acciones con participación de laicos/as, sacerdotes y religiosas, que sintetizó: “para servir hay que tener un oído atento a lo que dice el evangelio y el otro a lo que dice el pueblo”.
Su voz profética en defensa de los más débiles se hizo sentir; y provocó la abierta oposición de los poderosos que se creían también dueños de la religión católica. Más agresiva y violenta fue la persecución cuando de las palabras se pasó a los hechos. Se creó el Movimiento Rural Diocesano, que reclamó la expropiación del latifundio Azzallini para los trabajadores, en la zona de Aminga y Anillaco.
Los terratenientes y los sectores de poder ligados a la usura, la droga y la prostitución, que Mons. Angelelli denunció sin tapujos, promovieron campañas de calumnias y difamaciones a través del diario El Sol, de Tomás Álvarez Saavedra. Y agresiones físicas, como las sufridas en Anillaco en junio de 1973 en las fiestas patronales de San Antonio, cuando fue apedreado junto a sacerdotes y religiosas.
La persecución a la iglesia riojana se incrementó con la dictadura militar en marzo de 1976. Hubo hostigamientos, requisas, allanamientos, detenciones y torturas. A sacerdotes, religiosas, cooperativistas, catequistas y otros agentes pastorales. Le aconsejaron que aceptara viajar al exterior, pero rechazó la propuesta diciendo: “Eso es lo que quieren, que me vaya para que se dispersen las ovejas.” El 18 de julio de 1976 fueron secuestrados y asesinados Fray Carlos Murias y el P. Gabriel Longueville en Chamical; y el 25 el laico campesino Wenceslao Pedernera, en Sañogasta en presencia de su esposa e hijas.
El 4 de agosto, cuando el obispo Angelelli retornaba a La Rioja, proveniente de Chamical, junto al P. Arturo Pinto, a su camioneta se le interpuso un auto blanco, Peugeot 404, que le provocó el accidente fatal cerca de Punta de Los Llanos. La sentencia judicial del 2014 afirmó que los móviles del crimen fueron la relevancia de la pastoral diocesana, que los poderosos consideraban peligrosa para sus intereses; y un informe reservado del obispo sobre el asesinato de los sacerdotes. Se revelaron irregularidades en el sumario inicial de la policía y las maniobras de los militares para ocultar la verdad. Fueron condenados algunos militares responsables del crimen. Otros fallecieron antes del juicio. En el 2015 el Papa Francisco autorizó el proceso para la beatificación de Mons. Enrique Angelelli.
Desde el año 2012 es el animador espiritual de nuestra escuela; con su testimonio de vida nos alienta a vivir el Evangelio, en el marco de la pastoral de la Iglesia del Concilio Vaticano II. Una Iglesia cercana y comprometida, dispuesta a escuchar el mensaje de Jesús de Nazaret y atenta a las necesidades de la gente. Cada 4 de agosto, como comunidad educativa, hacemos memoria renovada de la vida y la misión pastoral de este pastor “con olor a oveja” (como le gusta decir al Papa Francisco)
FRAGMENTOS DE UN POEMA DEL OBISPO ENRIQUE ANGELELLI
…Déjenme que les cuente
lo que me quema por dentro;
el Amor que se hizo carne
con chayas y dolor de pueblo.
¿Saben? Lo aprendí junto al silencio…
Dios es trino y es uno,
es vida de Tres y un encuentro…
aquí la historia es camino
y el hombre siempre un proyecto…