PROYECTO EDUCATIVO INSTITUCIONAL
Colegio e Instituto Nuestra Señora de Loreto
El PEI es tanto un documento como una práctica. Una práctica que se construye en la cotidianeidad escolar y es un documento que permite sistematizar los debates de acuerdos que las instituciones van alcanzando. El proyecto educativo institucional es una invitación para analizar y reflexionar respecto de los principios, valores y objetivos que implícita o explícitamente orientan y sostienen la vida institucional. Principios que se remiten a acciones que desarrollan sujetos concretos.
De modo que cuando hablamos de PEI hacemos referencia a ideas y prácticas, a pensar y hacer, a diseño y desarrollo. Son prácticas de significación, son productos y a su vez son creadoras de significados.
El PEI, en tanto proyecto, es un proceso abierto y complejo de construcción permanente que establece orientaciones para la acción pero que se construye a partir de dicha acción también.
Tal como lo definen Frigerio y Poggi (1996), “el proyecto institucional puede entenderse como la manera en que el proyecto social adquiere, en contextos de acción específica, rasgo de identidad propio, según el modo en el que se lo interpreta y se inscribe en una historia”.
Por eso, para nuestra comunidad escolar construir un proyecto educativo institucional implica comenzar por la pregunta:
¿Qué sociedad, qué hombre, qué mujer, qué mundo, qué país soñamos y queremos?
Y por tanto ¿qué escuela, qué cultura institucional, qué dinámicas institucionales y áulicas, qué curriculum , qué prácticas de la enseñanza, qué formas de aprender , qué modos de leer el Evangelio en la Escuela?
Los principios y convicciones que asumimos como escuela parroquial y que forman parte de nuestro ideario son:
- La democracia participativa
- La inclusión educativa
- Diversidad y pluralidad
- Calidad y calidez educativa
Democratización de la escuela
La democratización de la escuela como principio y práctica fundante de nuestro proyecto nos interroga sobre ¿qué escuela es necesaria para construir un nuevo tejido social que tenga características de tejido comunitario, de tejido solidario y participativo? ¿Y por qué la escuela es el lugar propicio para la construcción de las prácticas democráticas?
La escuela es una de las pocas organizaciones sociales que quedó en pie en el medio de la crisis generada por políticas de estado que apuntaban al vaciamiento institucional pero es también en la escuela donde las prácticas sociales, desde las más autoritarias a las más democráticas, han tenido su ámbito de expresión más acabada.
Pensar la escuela para una nueva sociedad, nos lleva a poner en marcha nuevos aprendizajes, nuevas formas de enseñar, evaluar, nuevos estilos de conducción, nuevos ritos; es una invitación a pensar nuevas formas de habitar la escuela donde circule la palabra de todos y se generen las condiciones y los espacios para que ésta sea escuchada y valorada. Es por esto que la escuela es el ámbito propicio para la formación de una ciudadanía plena, es donde la dimensión de lo público adquiere verdadera significación porque expresa el compromiso del estado como articulador de las diferentes demandas de la sociedad.
La escuela educa pero no sólo por su ciencia. Lo hace también por todo lo que se vive en ella, esto significa que el modo en cómo se vive, se entiende, se piensan las relaciones, la comunicación, la toma de decisiones, la circulación de la información, el uso de la palabra, la vivencia de la comunidad educativa, el tratamiento de la diferencia, determina una matriz cultural de un tipo o de otro, por tanto una subjetividad donde el semejante no es una amenaza sino un otro con quien se construye otra humanidad posible.
Democratizar la escuela significa democratizar los saberes, las relaciones, el poder, el conocimiento, los recursos, el espacio, la información, etc. Y esto significa en primer lugar horizontalizar las relaciones de poder, por eso la idea es construir un gobierno comunitario donde la mayoría de las decisiones son tomadas por cuerpos colegiados, no por una sola persona porque no hay acuerdo comunitario sin discernimiento.
En el horizonte último, está la democracia mayor y en el sentido más creyente, está el reino de Dios. Democracia en la escuela es sólo al servicio de un proyecto social de democracia plena con justicia social, aquella que de cuenta del humanismo más profundo que es el cristiano.
Inclusión educativa
Ponernos como horizonte ser una escuela inclusiva, implica una invitación a romper con estructuras mentales y prácticas educativas construidas desde un modelo de exclusión social, de fragmentación, de encierro y de estigmatización del otro.
La tarea de la inclusión que recae sobre la escuela es una tarea ardua porque nos lleva a repensar el mandato de la inclusión social que subyace sobre la base y el fundamento de la escuela. Pero no hay inclusión social sin inclusión educativa. La inclusión social es una inclusión en la sociedad y la inclusión educativa lo es a la cultura, al conocimiento, a los saberes en general, a las prácticas sociales, para lo cual deben generarse estrategias pedagógicas que no sólo contengan a los estudiantes sino que puedan apropiarse de los saberes en espacios que les permitan resignificar las propias experiencias de vida y que los habilite para insertarse en forma creativa y crítica en la sociedad.
Es por ello que a la inclusión social hay que reclamarle la inclusión educativa, porque cuando hay inclusión educativa, el sujeto logra aprendizajes significativos, logra apropiarse de saberes, conocimientos, técnicas y procedimientos que contribuyen a modificar sus condiciones de vida, aportándole herramientas que le permitan luchar por su trabajo, por el desarrollo humano, por poder formar una familia y promover proyectos educativos. Estos aprendizajes y experiencias aportan a la formación de un ciudadano comprometido con la realidad social en la que se inserta.
Diversidad y pluralidad
Para tratar la diversidad y la pluralidad tomamos a la igualdad como punto de partida, entendiéndola como una igualdad que habilita y valora las diferencias sin legitimar las desigualdades y la injusticia.
Definir un modelo pedagógico en la institución que atienda a la diversidad y a la pluralidad es una condición necesaria para que nuestra escuela sea democrática, integradora y participativa. ¿Cómo se garantiza un trato igualitario, a la par que se reconoce el derecho a la diferencia? ¿Cómo propiciamos la inclusión sobre la base del respeto de los diversos modos de aprender y de construir la realidad?
Las condiciones para el éxito o el fracaso no son una propiedad exclusiva de los sujetos sino un efecto de la relación educativa, en donde entran en juego las historias personales, la subjetividad, la cultura institucional y las prácticas de enseñanza.
Pensar a los niños y adolescentes desde un lugar de iguales, es prepararlos para esa tarea de renovar el mundo en común, es darles las herramientas intelectuales, afectivas y políticas para que puedan proceder a esa renovación; y también es protegerlos en ese tiempo de preparación.
Considerarlos iguales es no renunciar a enseñar; es enseñar mejor, poniendo a los chicos en contacto con mundos a los que no accederían si no fuera por la escuela, a mundos de conocimientos, de lenguajes disciplinarios y de culturas diferentes; es confiar en que ellos pueden pero que solos -sin nuestra enseñanza y nuestro deseo de que «sean alguien en la vida»- no pueden. [1]
Calidad y calidez educativa
Mucho se ha discutido en los últimos tiempos, en nuestra propia escuela si la calidez y la contención en la relación educativa pueden afectar o deteriorar la calidad de los aprendizajes. Lo cierto es que lejos de ser una antinomia o una contradicción debe existir entre calidad y calidez una relación de implicación mutua.
Enseñanza y existencia no sólo deben enfrentarse sino que se requieren mutuamente. Asistir es responder, estar allí donde se nos necesite, haciéndonos presentes con un gesto, una palabra, un saber ayudando a abrir caminos, el del conocimiento sistematizado que fundamentalmente la escuela está en condiciones de enseñar.
Pero para que la escuela pueda avanzar en conjunto como institución hacia ese horizonte que es el conocimiento de lo público, es decir de lo que es de todos, no tiene que ser excluyente y para evitar esa exclusión hay que garantizar saberes básicos que sean para todos.
La tarea no debe ser nivelar hacia abajo porque esto constituye una forma de “marginación por inclusión, que define la perversa situación de permanecer en la escuela sin garantías de aprender”[2], sino más bien tener como desafío la superación de los obstáculos a través de la apropiación y puesta en practica de métodos, estrategias y formatos escolares para que los estudiantes puedan acceder a los saberes con calidez, pero sobre todo de calidad, para su inclusión social, laboral y profesional.
En este sentido, estamos convencidos que ninguno de los dos aspectos deben faltar: La exigencia construida democráticamente y la capacidad de brindar espacios para ejercerla. La exigencia entendida como la aplicación de un cierto rigor en la transmisión de los conocimientos y en el consenso y el cumplimiento de las normas de convivencia. Sólo así la escuela es garante de la igualdad y la justicia para todos los actores educativos.
Queremos ser una escuela en donde los hombres y mujeres cultivemos una sabiduría ante la vida que sea más holística y menos fragmentada, más integrada, de ejercicio de una profesión y una tarea con sentido social. Una formación que integra el saber hacer, con el saber ser, con el saber valorar y saber convivir, integrando la formación de la mirada evangélica, con el ser social, el ser profesional, el ser interior, el ser sabio, el ser artista.
[1] Dussel, Ines y Southwell, La escuela y la igualdad, Revista El Monittor
[2] Romero Claudia, Escuela, melancolía y transición. Novedades educativas, 2008.